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Más de 100 días en cuarentena viviendo el presente y la esencia del Comercio Justo


Era el 17 de febrero cuando, cruzando la frontera salvadoreña desde Honduras, oficiales con mascarilla y guantes, nos tomaron la temperatura. A la fecha habíamos planeado un paso por “el Pulgarcito de América”, de solo un par de semanas en nuestra larga pedaleada hacia California. Y que, por cierto, nunca de todas las posibles cosas que pueden hacer cambiar rutas y tiempos en un viaje, hubiéramos imaginado que, lo que cambiaría nuestros planes en el país, hubiera sido una ¡pandemia!


Nuestra travesía familiar en bicicleta dio inicio en enero del 2016 en Ushuaia, la punta más al sur de Argentina, pasando por un total, hasta el momento, de 11 Países y 24.500km en los que hemos tenido la oportunidad de conocer desde cerca el trabajo de las organizaciones de pequeños(as) productores(as) de Comercio Justo, y otras realidades sustentables, gracias a nuestro proyecto Happy Family BIOcycling.

Con tantas aventuras, aprendizajes y desafíos vividos en esta trayectoria, pensábamos estar preparados para todo tipo de cambio. De repente, el 12 de marzo de 2020, la noticia del cierre de fronteras nos agarra por toda la costa pacífica. Con la intención de entrar a Guatemala en un par de días, nada estaba cierto en este momento, a parte de que teníamos que encontrar un sitio seguro en dónde quedarnos por lo menos el tiempo necesario para poder tomar más lucidamente las decisiones sucesivas. Llamar a la Cooperativa Los Pinos fue lo primero que se nos ocurrió hacer, dado que ya habíamos tomado contactos, aunque no pensábamos lograr visitarlos dadas las distancias.

Ante nuestra situación de vulnerabilidad, se puso en marcha una de las esencias más generosas del Comercio Justo, ¡la solidaridad! fuimos acogidos por grandes corazones, pequeños(as) productores(as), y la recepción de la Cooperativa Los Pinos fue honorable, porque abrieron las puertas a nuestra familia, a pesar de todas las dificultades que enfrentaban ante la pandemia y de nuestra procedencia italiana que, por primera vez en el viaje, se nos estaba haciendo incómoda.

Desde entonces pasaron ya casi 5 meses, en los cuales hemos estado viviendo una experiencia sorprendente bajo muchos sentidos, observando desde cerca la realidad, entre las bellezas y los desafíos, de los pequeños(as) productores(as) de café.

La Cooperativa, nacida en 1980 en consecuencia a la Reforma Agraria, ha jugado desde siempre un papel muy importante en la comunidad, que fue desarrollándose de a poquito, hasta lograr obtener un beneficio propio. Desde el 2008, para contrarrestar la continua fluctuación del precio internacional del café, decidieron unirse a la gran familia del Comercio Justo, que les permite contar con un precio mínimo y una prima social. El año siguiente fueron implementando, además, un proyecto de turismo comunitario que cuenta con un restaurante, cabañas, criadero de tilapia y un invernadero de tomates, empleando así a muchos jóvenes de la comunidad, garantizando a la vez la diversificación de ingresos y la seguridad alimentaria.

“Consumir este café, es mucho más que degustar una calidad. Haciéndolo, están aportando al desarrollo de nuestras comunidades, en salud, educación, construcción de viviendas y programas de pensión para adultos mayores, que son las formas en la que nuestra asamblea de socios ha decidido invertir la Prima Social”, nos comenta Sigfredo Benítez, gerente general de la cooperativa.

Sabíamos que Los Pinos contaba con una posición privilegiada en el país, por su vista panorámica hacia el Lago de Coatepeque, ubicado en el cráter de un volcán; pero tener la oportunidad de que este panorama espectacular se haga el de tu día a día, es de verdad un privilegio para pocos y hace olvidar por un rato la razón por la que te refugias aquí. Nos brindaron una cabaña y la posibilidad de utilizar la cocina, mientras el restaurante esté cerrado por las restricciones nacionales. Desde el final de mayo ha empezado la temporada de lluvias y hemos tenido toda la generosidad de la naturaleza: a la par nuestra, está una plantación de café agroforestal que nos ofrece una gran biodiversidad y la buena fortuna de poder cosechar plátanos, aguacates, mangos, limones… ¡Mientras nos tomamos un delicioso café!

Por hoy, y hasta que el cuadro internacional no sea más claro, quedaremos resguardados con nuestras bicicletas en el corazón de esta Cooperativa y de esta hermosa gente, gracias a ella estamos seguros y protegidos. Nuestros pensamientos, todos los días, también van para aquellas personas que viven momentos más difíciles que el nuestro.

“Esta crisis ha venido afectando a toda la economía del país y también a nuestra organización”, sigue comentándonos Sigfredo, “hemos tenido que parar algunas actividades y mandar a descansar a algunas personas usando la Prima de Comercio Justo para poder remunerarlas. El personal de turismo, hemos tenido que invertirlo en otras actividades de la cooperativa, como la fase agrícola y el procesamiento del café”.

Yendo a conocer el beneficio, un par de semanas atrás (¡nuestra única salida en más de 4 meses!), hemos podido notar con preocupación a muchas personas pidiendo comida por las calles. La larga cuarentena, ha puesto en grave dificultad a muchos trabajadores(as) informales en todo el país, pero ha tenido consecuencias menos graves en la cooperativa, de la que dependen alrededor de 300 familias. Ser parte de una Cooperativa, que diversifique actividades, y estar apoyados por el Comercio Justo, se ha demostrado, hoy más que nunca, de fundamental importancia por la sustentabilidad de las comunidades y la resiliencia en tiempo de crisis.

A pesar de este momento tan excepcional, no hay que olvidar que los pequeños(as) productores(as) vienen enfrentando ya, años tras años, las consecuencias de una crisis aún más grave: ¡la climática! Las faltas de lluvias, las inundaciones y el aumento de plagas, hacen que las cosechas disminuyan, que las fincas necesiten de inversiones mayores, y las ganancias se vean así reducidas.

“Si hemos sobrevivido, no obstante la baja en la producción de estos últimos años, es solo gracias al Comercio Justo”, nos relata detrás de su mascarilla, Don Manuel Vanegas, encargado del invernadero, mientras prepara un biofertilizante por el nuevo proyecto de conversión orgánica; “…No”, se corrige, “¡Primero gracias a Dios, y luego al Comercio Justo!”.

No obstante, todos los avances que ha tenido la comunidad en los últimos años, falta mucho por hacer todavía: hay viviendas que necesitan mejores condiciones y el riesgo es que las inversiones imprevistas creadas por la emergencia de COVID-19, juntas al cierre de la actividad turística, jueguen en contra a todos los avances hechos con tanto esfuerzo en los años.

Cuando sea nuevamente posible, te invitamos entonces a que vengas a conocer personalmente este paraíso, mientras tanto, la mayor contribución que puedes dar, desde donde te encuentres, es consumir productos de Comercio Justo e iniciativas locales para continuar apoyando las tantas realidades como esta que, hoy más que nunca, necesitan del apoyo de los(as) consumidores(as) para garantizar el bienestar de la comunidad. Recuerda que cada uno de estos productos posee valores humanos intrínsecos. ¡Muchas gracias en nombre de todos los pequeños productores y productoras organizados en América Latina!

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